miércoles, 27 de octubre de 2010

Política y fútbol

Garrido, uno de los entrenadores de moda, también responde a las características de aquello que estuvo en bocas de todos JASP (Joven aunque sobradamente preparado).Con apenas 41 años se ha convertido en el coach del submarino amarillo, el Villareal. Hoy es entrevistado en la contraportada del diario deportivo Marca. Una de las preguntas a la que responde es: “¿Ha perdido la fe en los políticos?”. La respuesta es interesante: “Lo que yo le pido a un político es vocación y buena gestión, ganas de servir y ayudar a los ciudadanos. No entiendo que los partidos sean sectas”.

Esta respuesta tiene dos partes. La primera es una declaración de voluntades porque, efectivamente, cualquier ciudadano desea que sus representantes políticos estén en el fragor político por vocación, es decir, que sientan lo que vivan y que apasionadamente se dediquen a resolver las inquietudes de los vecinos. Sólo así los escucharán, sólo así los intereses del ciudadano primarán sobre los personales o sobre los partidistas. Eficacia, eso es lo que todos deseamos. Si no remedia los problemas de la gestión política, pues es preferible que consagre su vida a otros menesteres. Vocación política y servicio a los demás van de la mano, como el novio y la novia. Servir por servir, casi mejor que no. Quien tiene vocación sabe lo que es servir porque sabe ponerse en el lugar del otro, servir no es sólo arrimar el hombro, sino sentir en el pellejo propio el sufrimiento de aquel al que debemos nuestro servicio. El que tenga vocación política lo hará con pasión y quien no la tenga, no lo hará y buscará subterfugios demagógicos para apoltronarse en el poder.

Vayamos con la segunda parte de la pregunta. Sin tapujos, afirmar que los partidos son sectas, es una temeridad porque hay mucho trasfondo ideológico detrás de lo que una secta representa. Es sabido por todos que la política no está para avivar egos personales o para que el líder mediático perciba los aplausos miméticos, que fervorosamente le brindan sus correligionarios. No le falta razón en parte porque el miedo escénico a quien osa discrepar, es tan real como que el dedo del mandamás es el que decide quién sale o no en la siguiente foto. En una secta se sigue al líder, sin cuestionarlo, pero es un fanatismo carente de ilusión, obediencia hueca. La esencia de la partitocracia es la disciplina de voto y la organización jerárquica, pero la trastienda de una secta tiene unas connotaciones que no se pueden atribuir a los partidos políticos. Quizá lo que el señor Garrido denuncia es la máscara que a veces acompaña a los partidos políticos, ese antifaz, que es confundir vocación con seguidismo, es de lo que hay que prescindir.

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