viernes, 22 de octubre de 2010

La verdad escondida del Tea Party

Nervios, temblores, ojo que vienen los ultraconservadores. Es llamativa la popularidad que está alcanzando este movimiento nacido en el seno del republicanismo norteamericano, que toma su nombre de la rebelión de los colonos estadounidenses contra el Reino Unido en 1773 en Boston. Entre sus logros más destacados está la inquietud que han generado entre los izquierdistas, reacios a un resurgir exaltado del capitalismo. Una de las principales reivindicaciones que defienden es bajar los impuestos, pretenden que no se reduzcan, tal y como ha decidido Obama, las ventajas fiscales de los más ricos. También rechazan la sanidad pública, recientemente aprobada por la política Obama. Los candidatos que enarbolan la bandera de este movimiento populista, carente de una organización jerárquica, abogan porque el ciudadano pueda elegir entre sanidad pública o privada. Consideran que la política sanitaria perderá eficacia con el aumento de la burocratización. Por otro lado, suspiran por reducir el tamaño del gobierno central con el propósito de evitar cualquier intervencionismo económico. Reclaman que cada quien cultive su huerto y se las apañe y que papa estado nos deje tranquilos. Esto suena a capitalismo de primera, ¿Querrán enterrar el Welfstare o Estado de bienestar?

En sus programas políticos dogmatizan que el político está más preocupado de sus batallas partidistas que de lo que realmente le ha de inquietar, el bien común. Esto es populismo. La reivindicación de unos políticos comprometidos con el pueblo es la demanda populista generalizada, ¿Si no para qué están esos señores? El halo de añoranza de este movimiento es su deseo de regresar a los principios de la Constitución de 1787. Respecto a las pensiones, eterno problema de los países que postulan el estado de bienestar, promueven los seguros privados para reducir el déficit del Gobierno. También piden suprimir la educación pública, postulando que se privatice. Anhelan los beneficios de la educación privada y que los padres puedan elegir entre ambas. Lo privado frente a lo público. El viejo fantasma el capitalismo frente al socialismo. No ocultan su malestar por la permisividad pro abortista, por eso son contrarios al aborto y piden la abolición de la decisión de 1973 que desde ese año tolera la práctica del aborto.

Otros candidatos reivindican la supresión de las leyes medioambientales que perjudican a las empresas porque les someten a unas medidas, que cuestan dinero, y que no son del todo necesarias, sobre todo si el cambio climático no es real, ni peligroso. Además, para algunos si se demostrará que las acciones del hombre no tienen consecuencias perniciosas sobre la biosfera, si no que estos efectos se deben más bien a los fenómenos naturales, haría superfluas las prevenciones del acuerdo de Kioto. Por último, la mayoría de los candidatos defienden el derecho a llevar armas, no se sabe a qué obedece esta reivindicación, si a la búsqueda de votos de votos en estados del sur o del oeste o a una liberalización a ultranza, típica del capitalismo.

Este es el comienzo de este fenómeno, nadie sabe cuántos candidatos serán elegidos en noviembre, ni el papel que desempeñaran, ni si es preocupante su actitud reivindicativa del capitalismo. Lo cierto es que es imprevisible su aparición en nuestra sociedad española porque el sistema político presente lo dificulta, un movimiento populista de estas características no es concebible.

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